sábado, 31 de enero de 2009

Me recuesto a su lado. La piel está tibia y húmeda. El sol que se cuela por las persianas, le da de lleno sobre el cuerpo quieto. Me despego. Cuidado de no tocarlo. Cuidado.

No me gustaba ese lugar así que me quedaba sentada en el banquito mirando el patio, mirando cómo se volaban las hojas, la pileta vacía.

Y Orfeo, como su canto era hermoso, obtuvo el permiso. Bajar al lugar oscuro para rescatar a su amada. Se lo dio el mismísimo diablo convencido de que todas las bellas cosas tienen un lugar en el infierno.

Me dice que soy mala. Me dice no puede ser, que todos juegan en el rincón, que todos duermen la siesta obedientes y porqué vos no Josefina? Yo no sé porqué no, yo miro la pileta vacía, las hojas.

Me tapo con la sábana apenas, dejando los pies afuera. El calor es vegetación creciendo dentro de mi cuerpo. Cuando duerme así es mío todavía. Se vuelve pasado cuando duerme. Con cuidado. Me acerco con cuidado para oírlo respirar.

Orfeo bajó con la firmeza que da el amor. Los ojos cerrados. El impulso de la carne. Follaje oscuro.

En el recreo miré hacia adentro. Agua podrida en la parte honda y en lo bajito un pájaro. No se movía. Me agarré de la escalerita y bajé.

Todavía no se oye la respiración así que me acerco más, casi lo rozo pero no. Con cuidado. Está tan dormido que no respira. Tiene la boca como si estuviera sonriendo. Antes sonreía siempre. Está tan dormido que no respira.

Lo toque con un palito pero no se movía. Arriba los chicos gritaban pero él no escuchaba nada. Le pinché un ojo apenas, yo sabía que no iba a dolerle.

Eurídice se le unió sin decirle nada. Sabía, siempre supo, que Orfeo iba a rescatarla. Camina en la oscuridad a su lado primero, delante de él después, mostrándole la salida. Él sigue su olor en lo espeso.

Está tan dormido que no respira.

En seguida vi que había una manchita de sangre. Un agujero rojo en el piso celeste de la pileta. Por ahí se le fue la vida, pensé. Y Josefina qué hacés ahí abajo? Porqué no estás en el patio jugando como todos? Yo no sé porqué, me duele acá en el cuerpo como al pájaro.

Cuando me dijo que se iba yo pensé que era lo mismo que se fuera más tarde, a la noche, cuando el calor no lo matara, como él siempre dice. Ya era lo mismo todo. Igual se iba a ir. Siempre se va. Me va a dejar acá. Ya no siento nada. Un dolor afuera de mí. Es lo mismo.

Eurídice camina despacio. No vale la pena apurarse para salir. Ellos ya están salvados. Les espera una vida larga y fecunda. Le espera la voz de Orfeo, la más hermosa, sólo para ella.

Tiré el palito con vergüenza y corrí hasta la escalera. Arriba me esperaba la señorita enojada. Mala soy, me dice. No me dice pero lo piensa: mala soy.

Siempre le gustó dormir la siesta. Yo me acuesto a su lado para mirarlo por última vez. La curva que hacen sus mejillas. La barba apenas crecida. Las manos abrazando la almohada como siempre. Lo que no es como siempre somos nosotros. Lo que no es como siempre es que la que se va a ir soy yo. Él se va a quedar acá para siempre. Es lo mismo.

Entonces Orfeo se dio vuelta. Acababan de pasar la última puerta y Orfeo, tentado por ver aquello que nadie había visto, abrió los ojos.

Ya casi subía del todo y miré hacia abajo. El pájaro parecía más pequeño desde arriba. Quieto.

Está tan dormido que no respira.

Porque se dio vuelta, Eurídice regresó a las tinieblas. La eternidad es ese pozo oscuro.

La sangre como un hoyo pequeño por el que podría caer. Me mareé. La señorita gritaba que subiera desde arriba. La eternidad es esta pileta vacía. Me caí.

Está dormido y no respira. No respira. La eternidad es esta cama húmeda, el sol que entra por las persianas.

Yo, como el pájaro, vi el cielo inmenso sobre mí, celeste sobre celeste. Era invierno.

Orfeo fue expulsado, separado de ella para siempre. Cuando salió cerró los ojos con furia y adentro había oscuridad. La eternidad es haber visto y no poder decir.

Esas cosas le pasan a las nenas cuando son malas, no me lo dice pero lo piensa.

Tiene los ojos cerrados.

¿Y si me cayera por el hoyo de sangre?

Está tan dormido que no respira.

miércoles, 7 de enero de 2009