viernes, 19 de septiembre de 2008

Dos cuartos

Alguien se había muerto. Entre las persianas entreabiertas de la ventana que da al patio se escuchaban los murmullos. Irene se sentó en la cama, aturdida todavía por el sueño oscuro que había tenido y quizo escuchar los detalles. Alguien se había muerto. Escuchó la voz de su madre y sintió un alivio. Las otras voces no las distinguía, tal vez Mariana, tal vez la voz de hombre era la de Raúl, el vecino que hacía tanto tiempo esperaba de ella una respuesta; y había más, pero hablaban bajito y el murmullo era indescifrable. Bajaban la voz para respetar al muerto. Los ruidos pertenecen al mundo de los vivos y era preciso adaptarse al cambio.

Irene descubrió, luego de un meticuloso seguimiento de las voces en el espacio, que el muerto estaba en el cuarto de al lado. Las voces desaparecían ahí cada vez. Irene tocó la pared que la separaba de lo siniestro. Se preguntó quién sería y luego pensó que no era del todo correcto preguntarse quién era, porque los muertos ya no son, pero éste estaba tan cerca, que casi podia sentir la inmovilidad pegajosa del otro lado, entonces quitó la mano de la pared con algo de repugnancia y miró alrededor para no marearse cuando en seguida advirtió algunos cambios. Su cuarto estaba lleno de flores. De seguro estaban guardando ahí las flores del muerto para luego pasarlas al otro cuarto en el momento oportuno. Las habían ubicado ahí durante la noche y ella, con ese sueño pesado que su madre siempre le criticaba, no se había dado cuenta del movimiento a su alrededor.

Irene notó también que su cama exhibía una rigidez rigurosa, como si ella no hubiese dormido ahí toda la noche y no hubiese soñado lo que soñó: que un hombre sin rostro, de espaldas, encorvado, la llevaba lentamente en una bicicleta. Ella le preguntaba, como se preguntaba ahora, quién había muerto y el hombre le contestaba sin darse vuelta que no podía recordarlo. Y así seguían, en silencio, cuando la despertaron los murmullos.

Irene vio también, y esto la sorprendió más que ninguna otra cosa, un gran crucifico colgado sobre la cabecera de su cama, ahora casi junto a su cabeza. Tal vez la tía Marita, tan religiosa, asustada por la cercanía de la muerte, había entrado por la noche como los otros, aprovechando la entrada de los otros, los de las flores y lo había puesto ahí para que la protegiera, sabiendo que si Irene la veía se habría enojado mucho porque nunca le habían gustado las supersticiones y se había criado lejos de los rezos y las iglesias.

Su cuarto, entonces, le pareció más pequeño entre tantos objetos extraños, y deseó que le llevaran de una vez al que habitaba el cuarto de al lado todas sus frusilerías.

Entonces escuchó una plegaria monótona y triste que venía de afuera.Las voces, antes dispersas, se habían unificado en una masa firme que le pedía protección y salvación al alma del que se había ido. Irene supo entonces que el muerto, era en realidad una muerta. Los visitantes se referían a ella en un femenino respetuoso y ese pequeño descubrimento la horrorizó. Una mujer como ella, una niña todavia, estaba del otro lado siendo despedida. Pensó en los dos espacios contiguos, uno lleno de nerviosa expectación, el otro sepultado de confirmaciones, ambos silenciosos y ordenados y habitados por cuerpos del mismo género, uno ardiendo de incertidumbre, el otro inmóvil y en silencio.

Irene, abrumada por el peso de la muerte tan cercana, se acostó boca arriba de nuevo, en esa cama de sábanas con olor a apresto y comenzó a adormecerse.

Entonces ocurrió algo inesperado: Raúl, el vecino, entró al cuarto con la cabeza gacha, sin tocar la puerta y se arrodilló al borde de su cama. Irene tuvo que contener la risa por lo insólito del gesto, burlarse así de la muerte no estaba nada bien y casi se incorpora para replicarle a Raúl no haber tocado la puerta antes de entrar, cuando algo en su rostro la detuvo. Raúl lloraba. Lloraba tanto que le temblaban los labios y con una uña rasguñaba despacito el borde de su cama.

Irene, perpleja, hizo silencio y se quedó lo más quieta posible, esperando una explicación. Vio cómo las puertas de su habitación se abrían de par en par, vio a la pequeña multitud de afuera avanzar en silencio y vio como el espacio entero, atestado de flores sin olor, se llenaba de una luz tan blanca que le hacía cerrar los ojos. Entonces pensó en el cuarto de al lado, vacío y oscuro, sin muerta y en el suyo, luminoso, florido y lleno de lamentaciones.


Dominicana, Agosto del 2008

1 comentario:

Javiera dijo...

Increíble, me, quiero seguir leyendo! Por un momento hasta sentí el olor de todas esas flores.f